viernes, 25 de enero de 2013

El hombre al que todos le desconocen el nombre

Soy el primero que llega a la oficina. Soy el último que se va. Durante el día, observo a mis compañeros frente a sus ordenadores, pegados como larvas a sus equipos, en una rutina que empieza a las ocho y culmina a las dieciocho. Si acaso, uno que otro se acerca y me pregunta algo de mi vida, indagaciones que evito con una mentira o con monosílabos para que se dediquen a lo suyo y a mí me dejen en paz. A dos cubículos del mi puesto está Paloma, una pelirroja con la que fantaseo de la manera más vulgar durante mis noches de solitario. Los más cercanos a mi cubículo son Martín, Dubán, Marina y Fernando, todos de contabilidad. Y bastan unos pasos para que, en el caso de que me levante de mi asiento, me encuentre con el señor Galindo, el dueño de la empresa. Pronto van a saber de mí todos estos cabrones. Esta semana llega mi pedido de tipo militar.

miércoles, 23 de enero de 2013

Intérpretes del silencio

Durante los últimos meses, el que más frecuenta esta casa es el silencio. En ocasiones, es ella quien se despierta para preparar desayunos con café como denominador común. Algunos domingos, soy yo el que recoge la loza y se ocupa de la limpieza de la cocina. Nos cruzamos por los pasillos, nos sentamos en la misma mesa, dormimos en la misma cama. Cualquiera que sea el tiempo o el espacio, nuestra conversación se limita a los suspiros. Aquí las palabras quedaron guardadas en los cajones, escondidas entre las cartas de amor que nos enviábamos en plena necedad adolescente. Los diálogos se refugiaron en los compartimentos, cubiertos por los regalos que siempre esperamos estrenar para alguna ocasión especial. Las promesas se esfumaron con el olor del salitre, evaporadas en los anhelos de un tiempo mejor que jamás llegó. A veces pienso que quiere volver a hablarme e interpreto las listas de mercado que suele dejarme sobre la mesa de noche como pistas de un posible acercamiento. Hasta ahora, no he logrado descifrar ninguna.

viernes, 18 de enero de 2013

Decisión vital

Abro mi clóset y reviso de arriba abajo qué prendas me vendrían bien para el ahorcamiento. De tajo, descarto las camisas y los suéteres. Con las chaquetas podría lograr más firmeza y asegurar que el estrangulamiento sea del todo eficaz, aunque el largo de los calcetines también podría contribuir a un suicidio exitoso. Mientras dudo, miro al costado derecho y encuentro dos nuevas opciones que se posicionan como favoritas: los cinturones y las corbatas. Con respecto a los primeros, encuentro las propiedades de la hebilla algo escalofriantes. Y morir colgado de una corbata me parece, sin duda, mucho más poético.

miércoles, 16 de enero de 2013

Encuentros

A Eduardo Berti 

Es innumerable la cantidad de mensajes que hemos intercambiado. La primera vez que le escribí fue gracias a un artículo de su autoría en un diario local que contenía sus datos de contacto. Estaba entusiasmado de encontrar a otra persona tan afín a mí con respecto a la literatura fantástica. Recuerdo que su respuesta no demoró más de un par de días. En cada mensaje ratificábamos la coincidencia de nuestros gustos y reafirmábamos la orientación de nuestras críticas. Opté entonces por enviarle una serie de textos para conocer su opinión. Debo reconocer que no advertí el impacto que me causaría su respuesta. Según él, estaba a punto de enviarme un proyecto que contenía ideas muy similares a las mías y encontraba pasajes que resultaban prácticamente idénticos. Cuando recibí sus cuentos, fui testigo de nuevas similitudes. En la gran mayoría de sus relatos, había elegido el mismo tipo de narrador que yo e, incluso, algunos diálogos entre sus personajes apenas se diferenciaban de los míos por las voces propias de nuestros países. Después de la información intercambiada, concluimos que ambos contábamos con las mismas referencias, con fuentes parecidas y con recursos asombrosamente semejantes.

Decidí que debíamos conocernos. Desde que accedió, conté los segundos hasta verlo en el aeropuerto. Sin claves ni carteles, ambos nos reconocimos de inmediato. Sin embargo, algo pasó producto del abrazo que elegimos como saludo. Desde ese momento, me cuesta reconocer a los miembros de mi familia, confundo con frecuencia los lugares que visito y olvido permanentemente las ideas que antes empleaba para escribir. Ni siquiera sé si este texto es mío o de él.

lunes, 14 de enero de 2013

viernes, 11 de enero de 2013

Las líneas de la mano

Aquí veo fortaleza y tesón, consecuencias clásicas de una infancia enmarcada por la ausencia de figura paterna. Dolor y ensimismamiento se cruzan en el camino a causa, quizá, de burlas e improperios propios de la crueldad infantil, es decir, de niños de su misma edad que anidaron en usted toda esperanza de broma pesada. Lo veo claro: aquí aparece un romance, es breve, es fugaz, pero es intenso. Aunque también veo que de nada valdrá mi advertencia. Su línea de la vida no se cruza con su línea del amor. Es más, llega justo hasta aquí. Son veinte con cincuenta.

miércoles, 9 de enero de 2013

Rutina de medianoche

Una última rosa cae sobre el ataúd. El sepulturero empuña su pala y empieza a cubrir la fosa con la tierra que forma un arrume montañoso al borde del hoyo. No escucha el llanto de la viuda ni las oraciones del cura de turno. La imagen del féretro desaparece entre el barro y las piedras. Aún con la partida de los últimos dolientes, el enterrador dedica la totalidad de su jornada a cubrir hasta el más mínimo vacío que se asome desde las profundidades. Cuando la tierra alcanza la uniformidad, los únicos detalles que comunican la cercanía con la muerte son los epitafios que se encuentran alrededor. Llegada la medianoche, el silencio envuelve el cementerio, pero el sepulturero sigue al pie de la cripta, firme, aguardando paciente, como si su trabajo exigiera un propósito extra. De repente, un rayo interrumpe la paz del camposanto. El hombre traga saliva, siente un leve temblor subiéndole por la espalda y ase con firmeza su pala, dispuesto a desenvainarla, como si se tratara de una espada. Una mano emerge desde la tierra seca.